Cada emoción produce cambios a nivel corporal. La emoción prepara el cuerpo para que pueda afrontar la situación. Por ejemplo, la función del enfado consiste en movilizar el cuerpo para poder defendernos y poner límites. El corazón bombea sangre, comenzamos a respirar más rápido para oxigenar los músculos y estar listos para combatir. Hay un mayor flujo de sangre en las extremidades y mayor calor corporal. La clave está en darte cuenta de esas señales apenas comienzan. Estamos hablando de segundos. Muchas veces la emoción nos toma por sorpresa: nos damos cuenta cuando ya han pasado varios minutos. Ese retraso dificulta la gestión emocional.
Para poder darse cuenta de las primeras señales emocionales hay que cultivar la capacidad de estar consciente momento a momento de todos los pequeños cambios que se acontecen. Lo importante es poder hacerlo de manera natural, sin que eso se convierta en otra tarea más a realizar en tu día día (¡suficientes tenemos!). Para que “salga solo”, hay que entrenar la parte del cerebro correspondiente.
Hay una zona del cerebro que es el centro de nuestra autoconciencia: la ínsula. Si tienes miedo y te das cuenta de lo rápido que late tu corazón es gracias a esa área neuronal. Los investigadores detectaron que las personas que tienen mayor conciencia corporal tienen la ínsula más grande y mejor conectada con otras áreas del cerebro. La ínsula se activa no solamente con la percepción de sensaciones corporales, sino también cuando somos conscientes de nuestro estado emocional. Según ensayos científicos, el entrenamiento y la práctica de mindfulness es efectiva en fortalecer esa zona del cerebro y mejorar su conectividad. La ínsula más robusta, a su vez, nos ayudará a detectar los estados emocionales con mayor soltura y fluidez.